HISTORIA DE LA MÚSICA: EL VI CONDE DE FERNÁN NÚÑEZ

«la suavidad, y dulzura de ella, y de ellos, ocupan, y ablandan tanto a el ánimo, que siempre hemos visto en los que en esto se deleitan, o apartarlos de las operaciones graves, y sólidas cuyo uso les pertenece».

Discurso XI, El Hombre Práctico, Francisco Gutiérrez de los Ríos (1686).

De las noticias y documentos que conocemos sobre Carlos José Gutiérrez de los Ríos y Rohan Chabot, VI Conde de Fernán Núñez, se puede afirmar que la música ocupó un lugar importante entre sus gustos, aficiones e, incluso, desempeños.

Por lo que hace al conocimiento del violín y el piano, debemos suponer que esto ocurrió en el Seminario de Nobles, donde estudió apadrinado por los reyes Fernando VI y Bárbara de Braganza. En cuanto a la composición, lo más posible es que aprendiese él solo a partir de métodos de su tiempo y el contacto con autores a los que apadrinaba como mecenas. En uno de sus viajes, de paso por Antequera, fue capaz de acompañar al clavicémbalo a dos violinistas, posiblemente a primera vista.

Fernán Núñez fue asiduo de los espectáculos operísticos. En uno de ellos conoció a la joven Gertrude Marcucci, bailarina de la ciudad de Lucca, de la que también era originario el gran Luigi Boccherini y toda la familia Puccini. De aquella relación nacieron dos hijos y la acción de mecenazgo del conde para una de las óperas que se representó en Valencia en 1769.

Del ilustre Boccherini debió de tocar algunos de sus tríos; también sabemos que los llevó en sus viajes por Europa y, en 1773, regaló un ejemplar de ellos al heredero de la corona prusiana, dando a conocer al compositor italiano en aquellas tierras.

Ya casado con María de la esclavitud Sarmiento de Sotomayor y Cáceres, e instalado en 1777 como embajador en Lisboa, se sabe que pasaba su poco tiempo libre entre libros y música. En su biblioteca se hallaban libros eruditos sobre el arte de los sonidos. Su gusto por la música era vox populi, de manera que se le agasajaba, siempre que era posible, con conciertos y veladas musicales realizadas por instrumentistas de los lugares que visitaba.

Así llegamos al momento cumbre de su participación como embajador en Lisboa: el doble desposorio entre infantes reales de Portugal y España en 1785. Nuestro conde arregló un palacio en la plaza del Rossio lisboeta para acoger los espectáculos musicales y otras recepciones oficiales. Encargó dos óperas que se interpretaron sin representación escénica, en días diferentes: la titulada Le nozze d’Ercole ed Ebbe, del músico portugués Jerónimo de Lima y libreto de autor desconocido, y la titulada Il ritorno di Astrea in terra, del músico español José Palomino (al servicio de la reina de Portugal) y libretista italiano desconocido. También contrató músicos para amenizar las cenas, bailes y momentos de descanso en dichas celebraciones. Los gastos por el encargo de la música, los ensayos, los
cantantes y los instrumentistas se elevaron a casi 6 millones de reis, la moneda portuguesa.

De ellos, una buena parte tuvo que adelantar el conde hasta recibir el pago de la Real Hacienda Española.

En 1787 Gutiérrez de los Ríos pasó a la embajada en París. Ya en Francia escribió o copió unos Ejercicios de composición, en francés. No se puede asegurar que sean suyos, de su invención; más bien parece que los tomó de algún tratado.

La siguiente manifestación poético-musical de la que tenemos constancia se realizó en enero de 1793, aproximadamente. Movido por el asesinato del rey Luis XVI, con quien mantuvo una relación casi de amistad, Fernán Núñez escribió una nueva letra para la música de La Marsellesa, un himno de combate que todavía no había sido elevado a la categoría de himno oficial de Francia.

Este año de 1793 es fundamental en la vida musical del Conde, pues compuso la que está considerada, por el momento, su obra cumbre: el Stabat Mater. La composición está pensada para voces femeninas y orquesta de cuerda, sin violonchelos y doble viola. Se trata, pues, de una disposición orquestal poco frecuente. Lo más normal era utilizar dos voces de violín, primero y segundo, viola, violonchelo y  contrabajo que dobla a esta último.

No sabemos por qué el Conde utilizó esta disposición, pero sí que obtuvo un resultado sonoro de gran belleza.

En los días finales del Conde, en el Madrid de 1795, parece ser que se le cantó. En nuestro tiempo se ha podido escuchar en Fernán Núñez, en Córdoba capital y en Úbeda.

Incluso se grabó. La partitura original, que Gutiérrez de los Ríos regaló al convento de la Encarnación, ha servido como base para posteriores arreglos efectuados por don Luis Bedmar, cuya familia es depositaria actual de esta joya.

(Texto: Francisco José Rosal Nadales)